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viernes, 5 de agosto de 2016

"La niña del azúcar": Terror literario desde la amazonía



En la Amazonía, nacemos con un don siempre afinado para escuchar, con ímpetu y atención todo aquello que nos cuentan. Inmediatamente después de escuchar, relatamos. Contamos historias. Hemos aprendido a convivir rodeados de las estructuras que se manifiestan desde las palabras y aprendemos a través del oído y la cognición.

No resulta, pues, complicado decir, que aquella característica común de los amazónicos, cualquiera sea su procedencia, extracción social, cercanía a las ciudades o riberas de ríos, sin excepción, es la oralidad. Con esas historias, aprendimos a maravillarnos por la fantasía, por lo sobrenatural, por lo desconocido. Afinamos nuestra vocación por la creatividad.

Mi abuela, provista de una extraordinaria sabiduría, alimentada por viajes y experiencias, solía contarme cuentos sobre seres mitológicos, personajes sombríos, criaturas monstruosas y hechos extraordinarios. Seguramente, la madre y la abuela de Javier Velásquez, autor de La Niña del Azúcar (libro editado por Altazor), también le contaron cosas parecidas.

La Niña del Azúcar es una historia de terror, pero al mismo tiempo un drama psicológico que viaja hacia el pasado, hacia el núcleo de una tragedia familiar, evocada desde la visión obsesiva de un hombre que busca en el presente una verdad cruel y tétrica, pero no por ellos menos humana.

La literatura amazónica, usualmente ha usado esa rica tradición oral para encandilar y sorprender con su vena real-maravillosa, generando una comparsa de manifestaciones que, sin embargo, paulatinamente, han ido disolviendo su poder, agotadas o exhaustas probablemente debido a la simpleza del lenguaje escrito, el excesivo descriptivismo o el folclore que se desbarranca con lo telúrico.

Estos tiempos, sin embargo, requieren no solamente un afinado sentido de la imaginación, sino, sobre todo, una posibilidad de conectar desde diversos espacios, que trabajan en simultáneo y promueven, además, diversas lecturas que exceden lo meramente mítico e histórico.

Velásquez, como yo, pertenece a una generación que se ha alimentado creativamente no solo del imaginario de nuestros antepasados, sino también de la vasta y deslumbrante cultura pop contemporánea. Películas de terror como El Aro, Pesadilla en Elm Street, Halloween o Poltergeist son referentes inmediatos. Y son referentes la televisión (Los Expedientes Secretos X o American Horror Story como casos recurrentes), las noticias “reales” (reyes del rating de canales como Discovery o Nat Geo), los comics, las leyendas urbanas que crecen en medio de la globalización. Sin duda, también, los libros de Stephen King, la imaginación de propuestas literario/cinéfilas como Guerra Mundial Z y la fuerza de la persuasión, que a veces se encuentra en la música.

Todo ello, y mucho más, por cierto, nutre el estilo de Velásquez, directo y preocupado por generar atmósferas visuales, buscando envolvernos en el misterio, sorprendiéndonos con la revelación de lo siniestro y el descubrimiento del verdadero horror, que es, al fin y al cabo, el tránsito ineluctable de lo cotidiano a lo tenebroso e incierto. Sin duda, aventura nuevos horizontes para la literatura amazónica. Además, contribuye a solventar un espacio promisorio para el género de fantasía en las letras peruanas.

El libro no solo se ha adaptado a teatro (con un par de temporadas interesantes), sino también,  nace de un guion del propio Velásquez, que espera muy pronto su adaptación cinematográfica.

“La Niña del Azúcar” se presentó este pasado domingo 31 de julio a las 3 p.m. en el auditorio Clorinda Matto de Turner de la Feria Internacional del Libro de Lima. 

(FUENTE: iq.utero.pe)

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