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lunes, 22 de abril de 2013

Cuentos de un guajiro para pasar las mil y una noches


El cuento es para la tradición oral lo que la Biblia es para el cristianismo o el Popol Vuh para la cultura Maya pre-colombina: una especie de monumento sagrado, cuyos argumentos basan su origen en algún tiempo pasado de la historia. Otras consideraciones dicen que sirve, además, como vehículo de transmisión de conocimientos, costumbres, maneras de pensar...

En Cuba, aunque no son muchos, hay quienes hacen el esfuerzo por desempolvar del olvido los temas y personajes provenientes de esa oralidad que nos identifica y de la cual vivimos orgullosos. Entre los escritores que han rescatado parte de ese patrimonio está René Batista Moreno, quien, en su libro Cuentos de guajiros para pasar la noche, recoge anécdotas, historias y leyendas de tono guajiro; en parte motivado por su origen canario-campesino del cual proviene y en otra, por la influencia feijosiana que lo acompaña como el ángel de la guarda de nuestro folclore.

Indudablemente, de la tradición oral salen sus prodigios. Metáforas de una imaginación popular procesada en el talento de un alquimista de la palabra escrita; imaginación que no siempre es un retrato de la lógica o fiel reflejo de la realidad, sino un modo de modificarla a través de las sensaciones y percepciones que le nutren el alma en su andar por pueblos y bateyes. René es de esos poetas de la prosa y la investigación con un enorme poder sugestivo. Su expresión lacónica se hunde en las raíces de la cultura campesina haciendo de sus obras, piezas claves de este folclore, porque, sin margen para las dudas, son muestras activas de la fidelidad con que la memoria colectiva conserva el ingenio y la sabiduría popular.

Sus personajes e historias representan casi siempre figuras arquetípicas de nuestro folclore: güijes, ciguapas, cagüeiros, madres de agua, brujas, casas y fincas embrujadas, descabezados, bultos, diablos, aparecidos y luces, componen el índice de ese tesoro que se hace nombrar Cuentos de guajiros para pasar la noche y que los entendidos consideran “inventario perfecto” de toda la componenda oral que abarca la cuentística campesina de todas las épocas.

De la mismísima etapa colonial, y proveniente de una leyenda de la octava villa, llega, para abrir el libro, el güije: suerte de duendecillo oculto en charcas, arroyuelos y pocetas de la jurisdicción remediana, capaz de hacer llorar o reír a los oyentes de sus historias. Desde el punto de vista folclórico este ser mitológico cubano es un híbrido de los duendes importados de la vieja Europa con algunos elementos de las culturas africana y aborigen. Por eso, las fábulas, mitos, cuentos y leyendas sobre el güije, lo convierten en una simbiosis perfecta de lo que encarna la identidad cultural de la isla, pues a él le ha tocado sufrir igual metamorfosis en ese ajiaco que nos identifica y nos hace diferentes de los demás en todo el planeta.

En otro de los acápites, aparecen las brujas. Seres que conservan su perdurable juventud, no solo en la ingenuidad de la literatura infantil donde siguen subsistiendo a duras penas, sino también en este inventario adulto que a lo largo de toda la isla las eterniza con anécdotas del populacho: vuelos nocturnos en escobas hacia o desde las islas Canarias se repiten una tras otra en las historias “renecianas”, bañando de imaginación el contexto folclórico nuestro al punto que, cuidado con lo que dices Ernesto, es tan rico en imaginería que no necesitamos otra fuente para nutrir la fantasía que necesita el escritor a la hora de inventar sus ficciones. Ahora recuerdo con agrado aquellas palabras suyas en la sala de su casa: “las anécdotas que oí de niño, contadas por una tía y mis abuelos maternos, eran muy similares a las que inventarié después cuando, junto a Samuel Feijóo, anduve los campos de Cuba”.

Pero vayamos a la tesis que hoy quiero discutir con los lectores: es conocido que el Romanticismo fue el primero en rescatar con intencionalidad, de la memoria del pueblo, su folclore; lo hizo como forma de preservar el acervo cultural. Los autores románticos no veían la necesidad de producir una nueva literatura, pues esta ya existía en lo popular: cuentos, oraciones, refranes, dicharachos, rondas, canciones, leyendas... Los románticos pensaron en devolver la literatura folclórica al pueblo mismo que la creó a través de la oralidad: una tarea para salvar el tesoro que comenzaba a perderse.

En Cuba sucedió un tanto igual la historia que les cuento, solo que a la distancia de un siglo más o menos: por los finales de los años sesenta del siglo XX, Samuel Feijóo, en el centro de la isla, creó una revista, a esta la llamó Signos, y a su alrededor núcleo a un grupo de muchachos con muchas ansias y poca carretera para cumplir aquella misión “romántica” de devolver la literatura folclórica al pueblo mismo que la creó. Entre esos muchachos llenos de brío estaba René, para entonces no tenía el don de ser un escritor con dones. Reconocido ya con el premio Zarapico, con la distinción por la Cultura Cubana, con el premio Ser fiel, y otros muchos que no vienen al caso en el tema que nos ocupa. Cuando entonces era un simple guajiro con mil y un cuentos que contar. Un guajiro osado lleno de anhelos, lleno de bríos, lleno de ilusiones. Pero era también un guajiro lleno talento, y eso lo desconocía hasta él. Sólo Feijóo, con ese ojo de la buena suerte, fue capaz de ver en aquella silueta montaraz lo que él buscaba para su proyecto, y lo aceptó en el grupo de colaboradores de la revista.

René observó con detenimiento la forma con que Feijóo rescataba el folclore, su perseverante faena editorial, sus caprichosos proyectos y los fue procesando en su intelecto, luego creó su propio estilo: ya no era igual al feijosiano la manera de entender cómo debían transcribirse los cuentos y leyendas que emanaban del pueblo. El genio de René buscaba y, porqué no decirlo, encontraba una nueva forma. René entendió con mucha rapidez que la salvación oral de los cuentos, sus temas y personajes, sólo eran salvables si se retocaban con la imaginería del autor como forma de reactivar el folclore; en cambio, Feijóo quiso ser extremadamente ortodoxo a la hora de rescatar la tradición, sin cambiarla ni influir sobre ella, y esto le restó a su obra, pienso yo, el toque de ingenio, humor, imaginería y “gancho” que la obra de Batista Moreno nos regala y que hace, a la vez, que se agote con facilidad de los espacios de venta que ofrecen nuestras librerías.

Cuentos de Guajiros para pasar la noche, publicado por la editorial Letras Cubanas en 2007, no resultó la excepción dentro de este proceso de marketing literario: se agotó con urgencia. Hoy abogamos por una segunda edición de los mismos. En este magnifico libro referencial de su obra podemos observar esas dos posturas que con anterioridad puse como contrapuestas. René toma la ortodoxia feijosiana para mantener el vilo de un folclore inalterable por los tiempos de los tiempos como un certificado a la didáctica de los cuentos. Y a la vez agrega también el estilo que lo ha caracterizado por los veintitantos libros salidos de su pluma, dándole al lector la posibilidad de jugar con el cuento, cambiándolo a su imaginería sin alterar jamás la credibilidad que necesita el receptor de la historia para degustarla al cien por ciento.

Es por eso que en el libro encontramos con facilidad mil maneras distintas de narrar las historias de casas embrujadas, madres de aguas voraces; brujas que vuelan a la luz de los relámpagos, jinetes sin cabeza, espíritus diabólicos que aparecen en los caminos, fantasmas de disímiles maneras y otros seres mitológicos tan cubanos como esas personas que las narran.

A mi manera de ver, Cuentos de guajiros para pasar la noche está dentro de lo más conocido y reconocido del folclore popular cubano de todos los tiempos. Por eso considero que la grandeza del autor radica en la compilación misma de ellos. De más está repetir que el libro tuvo un éxito inmediato entre los lectores infantiles y adultos, porque las historias que de él brotan son parte imprescindible del conjunto escultórico que robustece el patrimonio cultural y literario de Cuba.

(FUENTE: cenit.cult.cu)

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